Siempre me impresionó La Coronación de Napoleón de Jacques-Louis David. Resume los avatares políticos del Occidente contemporáneo en una instantánea al óleo. La revolución de la liberté-egalité-fraternité, de los derechos del hombre acaba aquí, en una ceremonia presidida por el Papa. El Nuevo y el Antiguo Régimen se funden en la apoteosis sacralizada –el título original es Le Sacré de Napoleon- del Poder. Ocurrió aquel 2 de diciembre de 1804, cuando un ambicioso oficial corso al servicio de la “Revolución” se convirtió en el “Emperador de los franceses”. Algo se había avanzado; ahora el Sumo Pontífice era solo un espectador…
Tras esta ceremonia el Empereur se lanzó a la definitiva conquista de las tierras europeas aherrojadas por el Ancient Régime (todas). Había que expandir los postulados revolucionarios y alumbrar con las Luces tantos siglos de atraso y supercherías… Napoleón conquistó el Viejo Continente, pero, en el intento de alumbrarlo como Nuevo, convirtió el sueño de la Razón ilustrada en la mayor de las pesadillas. La sangre correría desde Portugal a Siberia. El corso reveló, una vez más, que bajo los más sublimes ideales subyace el pálpito del Poder que lo corrompe y lo destruye todo. La Historia de Europa sería, al menos hasta 1945, una sangrienta reiteración de esta macabra sinfonía que ideó aquel hombre de baja estatura y altísima ambición.
Luis Asperón, filósofo
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